Y llega ese momento en la vida en el que te paras y miras

05.03.2014 17:00

Y llega ese momento en la vida en el que te paras y miras. Mirar, que no ver. Has dejado pasar los años a merced de la inercia que llevamos los humanos de avanzar constantemente y sin control. Mañana, la próxima semana, el año que viene. Futuro, siempre futuro. Planes, objetivos, proyectos. Metas, siempre una meta. Siempre obsesionados con el siguiente peldaño. Inmersos en una carrera de obstáculos dónde no apreciamos el camino, porque sólo estamos pendientes de que con el siguiente paso no tropezaremos en la piedra.


Y miras y sólo hay una manada, cada vez más grande, de humanos débiles y debilitados, disfrazados con la careta de la fortaleza. Ya no hay fuertes con sus debilidades. Ya no hay gente que se sacrifica por un principio, aunque sólo sea uno, porque no sabemos qué son. Ya nadie antepone su orgullo a las necesidades de los demás y cuando alguien lo hace, sólo se nos ocurre preguntarnos ¿Qué querrá? La amabilidad y la buena fe porque sí nos hacen desconfiar. Ya nadie olvida los errores cometidos. Perdonamos, pero no olvidamos, y cocinamos a fuego lento un caldo de cultivo de rencor tapado con absoluciones que en cualquier momento nos abrasará. Ya nadie fracasa en el intento, todos fracasamos al no intentar. Casi nadie es ya fiel a sí mismo, auténtico, porque ser uno mismo es ser diferente y las diferencias se castigan con el rechazo. Nos rodean las pasiones carnales, los abrazos rutinarios, las palabras que callan y que tapan silencios, las lágrimas sistemáticas.

Ahora, ahora que ya he recorrido un buen trecho me paro y miro y me pregunto a dónde quería llegar tan deprisa. ¿A esto? Aún me quedan muchos sueños por cumplir, pero ya puedo contar con un buen puñado de recuerdos. He encontrado un lugar en el mundo dónde encajo, pero me quedan muchos rincones por descubrir. Sigue intacta en mí la ambición de la juventud, pero ya no la acompaña la incertidumbre. Pese a todos los remiendos que ya me he cosido sigo creyendo en los amores apasionados, en los besos sinceros, en las noches en compañía de un abrazo verdadero, en los silencios que hablan, en las conversaciones en voz baja y que no llevan a ninguna parte, en una mano franca de tacto tibio. Me emociona una risa espontánea, un guiño de complicidad, quién aún sabe escuchar, la amistad sincera que no entiende de distancias ni de tiempo. Ahora me siento en mitad del camino, frente al mar, con la única compañía de una buena música y una lectura que atrapa y me doy cuenta que ya no me bebo la vida a tragos, que por fin la mastico saboreándola.

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