¡Porque yo lo valgo!

26.01.2014 22:49

A todas nos pasa, ya seamos más o menos jóvenes, trabajando o estudiando, solteras o casadas, con churumbeles o sin ellos. Todas sentimos a veces que vamos a hacer ¡pum! de un  momento a otro si no nos damos un día para nosotras mismas y, a ser posible, a la de ya. Y es que vamos como las locas de un lado para otro todo el santo día, todos los días de la semana. De casa al gimnasio, del gimnasio al trabajo, teléfono, del trabajo a casa, de casa al trabajo, ordenador, del trabajo a clase de lo que toque, whatsapp, de clase a pasear al perro y cuando ya por fin llegas a casa de nuevo a las tantas de la noche, la miras y dices "¿y ahora por dónde empiezo contigo?". La lavadora, la secadora, doblar la ropa que ha salido de la secadora, fregar los platos, preparar la cena, escribir el post del blog de la semana, preparar la bolsa del gym y el modelito para el día siguiente, el cartel de teatro, la tabla de Excel del curro, etcétera, etcétera, etcétera. Y te dan ganas de salir corriendo y no parar hasta llegar al Polo Norte, pero donde no haya ni internet ni teléfono ni ná para que no te encuentren ni los esquimales. Como lo de irse al Polo Norte no creo que esté al alcance de muchas, es mucho más recomendable plantarse en seco y decir "este fin de semana es para mí y ni mil palabras más". Un finde para hacer, deshacer o no hacer lo que a una le salga del mismísimo potorro, cómo y cuándo le dé la gana, pero recordad, el secreto está en no planificar nada y hacer lo que te apetezca.

Y es que a veces una necesita su espacio y su tiempo. Decidir cómo seguir viviendo la vida. Pensar en lo que se quiere y lo que no, si se necesita dejar algo atrás porque ya se ha cargado con ello demasiado tiempo, o recoger eso otro que se ha dejado olvidado en algún momento y hay que recuperarlo porque es demasiado importante. Tiempo para detenerse a repasar todo lo que se ha conseguido y para recordar las metas que se dejaron por el camino y retomarlas. Llorar lo que se tiene que llorar, gritar lo que se tiene que gritar, decir lo que se ha callado. Tiempo para volver a ser feliz después de un nuevo tropezón y poder comenzar de nuevo con el corazón tranquilo y la conciencia en paz. Tiempo para explicarse a una misma por qué cuando se cayó, tardó tanto en levantarse, por qué se convirtió en su propia enemiga. Tiempo para dejar de culparse por los errores cometidos o por los que no se cometieron. Tiempo para volver a ser una misma, para reencontrarse y pedirse perdón y perdonarse. Tiempo para recuperarse a una misma, escucharse, comprenderse, reconfortarse, reconquistarse, gustarse, quererse. Porque "para que las personas de mi alrededor estén bien, yo tengo que estar bien".

Para mí está claro. Un finde perfecto, para conseguir sentirme bien por dentro y por fuera de nuevo, es aquél en el que me despierto tarde y me permito quedarme en la cama perreando o leyendo un rato, con gato incluido. Darnos los dos ese pequeño capricho es hacer un momentazo de lo más simple, y cómo lo disfruta mi peludo. Prepararme un desayuno con toda la clase de gorrinerías que me gustan y disfrutarlo despacito, permitiéndome hasta sentarme, y no engullirlo como todas las mañanas. Y después, pues depende de lo que me pida el cuerpo, desde un paseo por la playa disfrutando del sol, música y más lectura, hasta quedarme en casa en pijama pasando el día en el sofá con manta, pelis y palomitas. O bien irme de compras, un cine, comer shusi, tomarme una copa con calma, un baño de espuma. Eso sí, los findes que son para mí siempre incluyen una mañana o una tarde de música a todo trapo, cantarla y bailarla como las posesas y meterse en el baño durante varias horas para hacerse una sesión de belleza completa. Depilación exhaustiva, que aunque en invierno la lana todo lo tapa, a mí no me gusta saber que debajo soy lo más parecido a un osito de peluche. Limpieza de cutis (que fisna ¡por Dios!) en profundidad y mascarillas varias; la de chocolate nunca falta, porque, además de dejarte la piel perfecta, me dan ganas de rechupetearme a mí misma. Tinte de cabellera, que una tiene canas, pero con que lo sepa yo ya es más que suficiente. Y pintarme las uñas de los pies de rojo; sí ya sé que ahora estamos en invierno y no se lucen, pero oye yo me veo mis pies todos los días y me gusta llevarlos arregladitos y sobre todo tiene un poder para levantar la autoestima que nunca entenderé.

Y es que es igual de importante tener un alma sana, por eso lo de que "la cara es el espejo del alma", como ver algo que te gusta en el espejo porque "un buen aspecto ayuda mucho a sanar el alma". Y ya lo decía un eslogan de una conocida marca de cosméticos "¡Porque yo lo valgo! ¡Coño!" (Esto último lo añado yo).

Nota: esto mismo les pasa también a nuestros compañeros de especie, por tanto la fórmula es aplicable también a su género. Eso sí, no les aconsejo que se pinten las uñas de los pies de rojo, no creo que consiga el mismo efecto que en nosotras. O sí, a saber.

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