Cuando estamos en plena adolescencia no tenemos problemas en decir "Fulanito me gusta" o "me he enamorado de Menganito como una verdadera idiota", bendita inocencia. Pero cuando llegamos a la década de los treinta hacer este tipo de afirmaciones nos frena en seco, ya que lo normal es que llevemos a cuestas unas cuantas relaciones fallidas que nos han dejado chichones como puños. Así que como ya somos mayores nos inventamos términos nuevos, que vienen a decir lo mismo, pero sin ser tan clarificadores de buenas a primeras. Y aquí es donde aparece la expresión "tensión sexual no resuelta".
Os voy a contar la historia con orden más o menos cronológico a ver si os resulta familiar: de la forma más casual conoces a alguien, así sin previo aviso y sin esperártelo; un amigo de un amigo, en la cola del supermercado o esperando a sacar dinero del cajero. "¿Están surgiendo una especie de chispas? Venga ya, te lo estás imaginando", te dices toda convencida, pero la puñetera tensión sexual es tan obvia que no deja lugar a la duda. En otras ocasiones no sucede de forma tan espontánea, sino que se hace de rogar un poco, pero un día, tras una mirada o un roce fortuito, ¡zas!, aparece con una carga de dos pares de cojones que te deja con las patas colgando y que no sabes qué hacer con ella.
Lo más gracioso es cuando surge entre personas que no quieren gustarse. Es más, surge con alguien que te saca de tus casillas y a quien te dan ganas de abrirle la cabeza con el palo de la fregona, pero que no sabes por qué te pone toda perra. Por supuesto, los sentimientos de "odio" son mutuos; si él te hace ojitos no tiene gracia el asunto. "No la soporto, me saca de quicio". "Paso de hablar con él". "La indiferencia es lo que más duele así que hola y adiós y ni mil palabras más". Y es que cuando estamos lejos del objetivo nos armamos de valor y nos hacemos fuertes y nos repetimos incansablemente "paso de ti, paso de ti, he dicho que paso de ti". Pero la jodida tensión sexual es adictiva y traicionera y, por tanto, terriblemente poderosa, y cuando llega el nuevo encuentro, visualizas a tu "enemigo", caminas hacia él con la grandísima dignidad que te dan los dos palmos de tacones que te has puesto y le sueltas un "Buenos días". "Buenos días son dos palabras sencillas ¿verdad? No dan lugar a equívoco ¿verdad? Pero entonces ¿por qué han salido de mi boca con ese tono de empótrame contra la pared de una jodida vez, mal rayo no te parta?" Y es que da igual lo que digas, cómo lo digas y cuándo lo digas, la tensión sexual es la tensión sexual y crece a cada paso y con cada palabra.
Cuando el asunto se te hace casi insoportable tomas la decisión de alejarte del mal bicho que te produce esos sudores fríos que tanto te molestan, porque vuelvo a repetir "no puede ser, no puede ser". Y entonces te dices toda orgullosa "qué grande soy, he podido con la situación y no he sucumbido a la tentación. No me beso porque no me llego". Pero el destino es caprichoso o este mundo es un pañuelo (llámalo como quieras) y cuando ya andas toda confiada, un buen día giras la esquina y ¡sorpresa! Y sí, sí que te llevas una buena sorpresa, porque lo que creíais resuelto sigue tan sin resolver como el primer día o más. Vuestra tensión sexual no resuelta está apoyada en esa misma esquina con una gran sonrisa y saludándoos con la mano.
La única manera de terminar con este sin vivir es resolviéndolo, pero teniendo dos cosas claras: la primera, es que una vez resuelto sabes que se acaba, y segunda, sólo hay una forma de resolverlo y es la cama (o donde te pille). Pero ¿cómo se lo dices? Esto es un problema, porque a alguien que te pone de esta manera no lo puedes sentar frente a ti y decirle "oye, que mis fluidos corporales se revuelven cada vez que te veo y que creo que lo mejor que podemos hacer para que vuelvan a su cauce es acostarnos". Al final, con mucha imaginación y mucha tontería se da el momento adecuado ¿y entonces?
Pues con un poco de suerte la resolución del problema será un desastre, porque el objeto de tu oscuro deseo besará mal o se dejará los calcetines puestos en pleno acto y tú sólo pensarás en "¿cómo me largo de aquí cagando leches?". Y fin del juego. El tío que te ponía toda tensa con solo olerlo en la lejanía ahora no es más que un póster descolorido en la pared. Las expectativas que nos solemos hacer con estas historias son altas y muchas veces cuando te metes en materia te llevas una buena decepción que seguidamente te conduce al arrepentimiento. Pero, si es que yo me suelo arrepentir de las cosas que no hago, de las que hago jamás.
La cosa se complica cuando la resolución es satisfactoria, con agujetas y repetición de la jugada. Entonces te plantas en la tesitura de "éste que me cae mal y me saca de quicio, con el que he dejado que finalmente pase esto para ver si acabamos con la tontería, resulta que me pone y mucho. Y ahora ¿qué hago?". Encoñarse no extingue la tensión sexual no resuelta, sino que la transforma en pasión de duración limitada, que viene siendo lo mismo, pero un poco más cursi.
Y es que no nos vamos a engañar, aunque por un lado nos desconciertan este tipo de situaciones, por otro nos gustan más que a un tonto un lápiz. Y es que una aventurilla de tensión sexual no resuelta te sube el ánimo y la autoestima, te hace sentir poderosa y te ríes un montón, lo que hace que descargues tensiones. Y esto es buenísimo para que no nos salgan contracturas del estrés.
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